Memento mori by Muriel Spark

Memento mori by Muriel Spark

autor:Muriel Spark [Spark, Muriel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1958-01-01T05:00:00+00:00


X

La reorganización de la sala Maud Long comenzó al día siguiente, y todas las asiladas convinieron en que había habido una señal de la misericordia celeste en el hecho de que la abuela Barnacle hubiese muerto y se ahorrara lo que siguió.

Hasta entonces las doce camas de la sala Maud Long habían ocupado sólo la mitad del espacio, y de esa forma habían constituido, por decirlo así, lo sobrante de otra sala más grande, que alojaba con preferencia mujeres ancianas. El nuevo acomodamiento tuvo el objeto de utilizar la mitad disponible de la sala Maud Long, trasladando otras nuevas y viejísimas acogidas, que había que colocar en el otro extremo de la habitación. Mientras se hacían los preparativos, las enfermeras dieron a aquella ala el nombre de «rincón geriátrico».

—¿Qué significa esa palabra que repiten continuamente? —preguntó la abuela Roberts a la señora Taylor.

—Algo que tiene que ver con la vejez. Se ve que las nuevas que se esperan son muy viejas.

—Y nosotras, entonces, ¿qué somos? ¿Jovencitas?

—Probablemente nuestras nuevas amigas son centenarias —dijo la abuela Valvona.

—No he comprendido bien. Un momento, que me pongo bien la trompa —dijo la abuela Roberts, que así llamaba a su pequeño aparato acústico.

—Mirad lo que están trayendo en la sala —dijo la abuela Green.

Una fila de camas con ruedas eran empujadas por la sala y alineadas en el nuevo rincón geriátrico. Eran muy parecidas a otras camas del hospital, pero tenían una sorprendente particularidad; a ambos lados tenían barandas metálicas, como las camitas de los niños.

La abuela Valvona se santiguó.

Poco después, condujeron a las pacientes. Esto quizá no fue el mejor modo de presentar las recién llegadas al grupo de viejas asiladas. Representaban estados diversos de avanzada senilidad y estaban particularmente turbadas por el traslado; así es que hacían ruido y perdían más saliva que de ordinario.

La hermana Lucy se dirigió a las camas de las abuelas para decir que habrían de tener paciencia con aquellos casos tan avanzados. No debían dejarse agujas de hacer calceta cerca del rincón geriátrico, para evitar que algunas de las nuevas se hiciesen daño; y no debían alarmarse si sucedía algo extraño. Al llegar a este punto Lucy tuvo que llamar la atención de una enfermera sobre una de las nuevas, una mujercita frágil y ajada, más bien graciosa, que intentaba bajar por la baranda metálica de su camita. La enfermera corrió a instalar de nuevo a la viejecita en la cama. La pobre mujer emitió un gemido casi infantil: el gemido de una vieja que imita el lloriqueo de un recién nacido.

La hermana continuaba aleccionando a las abuelas en tono confidencial.

—Recuerden que estos son casos muy, muy avanzados —decía—. Y no se exciten. Sean buenas y esfuércense en ayudar a la enfermera estando tranquilas y manteniendo el orden.

—A este paso también nosotras acabaremos pronto con reblandecimiento cerebral —protestó la abuela Green.

—Chist… chist… —dijo la hermana Lucy—. Nosotras no usamos nunca esta palabra. Estos son casos geriátricos.

—¡Y pensar que yo he pasado los años de la madurez en ansiosa



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